El niño que murió en la playa

Por: Cristian Mundaca 

Desde hace tiempo las noticias hablaban de la crisis migratoria en Europa. De vez en cuando los noticieros mencionaban un barco naufragado en el mediterráneo y cientos de muertos que buscaban llegar a Europa.

Esta realidad parecía muy lejana desde Chile y pasaba desapercibida entre “las noticias más importantes” y el fútbol. Era algo que les pasaba a los países desarrollados, precisamente por ser países que atraían la mirada de quienes, buscando mejores oportunidades, se atrevían a todo para conseguirlas. La situación era un símil de quienes se atrevían a ir en una balsa desde Cuba a Estados Unidos.

Sin embargo, bastó la foto de un niño muerto en la playa para que el problema de allá se transformase en un problema de todos. Luego de esa foto se generó un movimiento internacional para responder de buena forma a lo que sucedía en Europa. Dejó de hablarse de los muertos en el mediterráneo y se empezó a hablar de los inmigrantes en Europa y la gran crisis de refugiados sirios. Se le recordó al mundo que Siria vive una guerra civil que ha matado o desplazado a cientos de miles de personas.

Hoy sabemos de un esfuerzo de varios países por ayudar a los desplazados internos y externos. La Unión Europea recibirá a miles de sirios y los ubicará en diferentes países. Lo mismo harán países vecinos a Siria, Estados Unidos, otros países occidentales y, por supuesto, Chile.

A principios de septiembre el gobierno señaló que estaba dispuesto a recibir entre 50 y 100 familias sirias. Este gran paso es precedido por instancias exitosas que le dan al país el sustento suficiente para acoger a refugiados y darles asilo apropiado y ayuda en todos los ámbitos necesarios.

Ante la mirada de cualquiera podría hablarse de Chile como un país abierto y dispuesto a aceptar a los extranjeros como un aporte a la sociedad. Pero basta una mirada más de cerca para notar que no es así.

Nuestra legislación migratoria se funda en el Decreto Ley N° 1.094, del 14 de julio de 1975, que establece normas sobre extranjeros en Chile. Esta es una ley fuera de tiempo que obedece a una visión dictatorial que siente la necesidad de limitar el tránsito de extranjeros, pues son un peligro para el país.

Gracias a esta ley, gran parte de los chilenos hemos crecido viendo al extranjero como un “otro”. Esta es la base para los grandes mitos que han surgido frente a la migración (sobre todo la que componen latinoamericanos).

No es difícil encontrarse en Chile con personas que piensan que los inmigrantes son una especie de invasores que vienen al país para quitar empleos o llenar aún más los, ya copados, servicios públicos como la salud o la educación. Como si esto fuese poco, hemos asociado a nacionalidades con diferentes crímenes “importados”. Llamamos ladrón al peruano o haitiano, narco traficante al colombiano y nana (en forma despectiva) a las peruanas y bolivianas.

Ante esto es necesario desmitificar algunas creencias falaces. En primer lugar, debe considerarse que los extranjeros viviendo en Chile, según el Censo del 2012, representan un 3% de la población, mientras que los chilenos en el exterior son casi el doble. En segundo lugar debe aclarase que es verdad que la mayoría de los inmigrantes proviene de países vecinos (30,5% de Perú, 16,7% de Argentina, 8% de Colombia, y 4,7% de Bolivia), pero, según reportes de Carabineros, solo un 1% de los delitos en el país pueden asociarse a extranjeros. Es decir, el 99% de los delitos de robo, hurto, violación, narco tráfico, etc. Son cometidos por chilenos. En tercer lugar debe aclararse que los extranjeros que llegan al país, en su mayoría, poseen altos niveles de educación (18% posee educación básica completa, 36% media y 43% superior), sin embargo muchas veces la necesidad de trabajo inmediato lleva a que los inmigrantes trabajen en la primera oportunidad que se les brinde.

La discriminación que nace de los mitos, y que lleva a los inmigrantes a ser vistos como “otros”, es lo que cubre la realidad en la que muchos viven. Las condiciones de vivienda, que son conocidas e ignoradas por todos, el difícil acceso a salud o la dificultad para obtener educación para los niños son solo algunos de los problemas que los inmigrantes deben enfrentar día a día en Chile. Todos estos se agravan si entraron al país de forma ilegal.

En comparación, los refugiados que llegarán a Chile tendrán todas las oportunidades necesarias para adaptarse y emprender una vida nueva. Mientras los inmigrantes seguirán en las condiciones actuales.

Entonces es necesario preguntarse qué diferencia a unos de otros. Es cierto, en Latinoamérica no hay guerra civil, pero ¿es la guerra una condición necesaria y suficiente para diferenciar? ¿No vienen los inmigrantes todos en busca de oportunidades mejores? ¿Es Chile un país que quiere a los forasteros?

Nadie puede oponerse a la llegada de refugiados, por el contrario, es necesario ver la posibilidad de que no sean 100, sino más. Pero al mismo tiempo necesitamos revisar la legislación interna y ver como tratamos a todos los extranjeros.

Debemos recordar que Chile es un país que envejece y necesita personas dispuestas a trabajar, necesita aumentar la natalidad y los inmigrantes son una gran ayuda para eso.

Finalmente, necesitamos educar. Es necesario que los niños en las escuelas sepan sobre la guerra civil en Siria y sobre la Primavera Árabe. Que la gente sepa quien es Bashar al-Asad y Muamar Gadafi y sepan porque Chile acoge a personas que provienen de tan lejos. Pero también deben saber sobre la realidad Latinoamericana. Deben saber que Chile no es una isla y que las putas, los ladrones los narcos existían mucho antes de que los extranjeros llegaran en Chile.

No debe olvidarse que mientras llorábamos al niño en la playa, un niño peruano en Chile era amantado por una perra. Los inmigrantes existen en todos lados. Hoy tenemos la oportunidad de mostrar la generosidad que nos enorgullece una vez al año. Demostremos nuestra humanidad apoyando al forastero que vive en Chile.

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