Testimonio de amor: Ir con las abuelitas

Por: María Belén Salinas

Viven en una hermosa casa, acondicionada y con  personal que las atiende, tienen muchas teles y comidas diferenciadas según lo que pueden comer. Se les reconoce dignidad.

Ir a este lugar que ya está bien no significa “ser bueno”, “porque la atiendo y nadie lo hace” o “porque esté olvidada”, en mi experiencia ha sido mucho más y me duele no  ir algún domingo, porque son pocos y potentes, y reconozco en ellas el valor de la vida por sí misma, no porque me necesiten, sino porque ellas son buenas, porque son un tesoro de muchos años, porque  dan lecciones de humanidad que necesito profundamente. Voy para ser buena, no porque lo sea.

Cuando las veo no espero más que esa lección, la más valiosa. Porque son seres frágiles que se descubren y aunque en la vida las haya visto, me hacen nacer a la amistad, “a querer su bien porque sí”,  ya que no son conferencistas elocuentes, ni modelos, ni personas extraordinariamente divertidas (aunque hay unos casos notables, como la flor que habla sin pelos en la lengua de lo frescos que son los hombres entre otras cosas). Son seres reales, que no fingen, son personas que sienten, y  al existir este voluntariado  se grita en la sociedad que eso que somos, y que queda en nuestros últimos años merece atención, que ese canto de una abuelita que de joven cantaba, aún merece aplausos y merece que nos organicemos para verlas y llevarles un regalo para su cumpleaños, y que les cantemos de vuelta y que les bailemos y de tantas formas celebremos su existencia.

En un mundo de fantasía en que se espera tanto de todos, y se desconfía de lo que no brilla. En un mundo acondicionado para que vivamos cómodamente y que reconoce nuestra dignidad  muchas veces solo materialmente, donde todos deben rendir, el valor de lo ordinario se desgasta ante nuestros ojos y nos somete al desprecio y a la indiferencia de lo que no sea joven o libre o fuerte, e incluso a despreciarnos a nosotros mismos ante nuestras flaquezas. En este mundo surge la tarea  de nacer a una verdadera libertad, una que considere completamente la dignidad.

Estas abuelitas con su vida ordinaria y débil humanamente, quieren ser queridas por como son, siendo un bálsamo; un remedio, una prueba de si somos humanos al reconocer a otro ser humano.  Son un desafío a la libertad. En ellas se vive con su dolor y su queja  y sus arrugas el verdadero brillo.

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