Los presos, ¿no merecen dignidad?

Por: Gisela Melita

Abogada

“¡Que se pudran!, ¿no les gustó robar a los lindos?”, “les deseo lo peor a toda esta lacra”, “las condiciones de los presos dan lo mismo, pungas asquerosos”, son sólo algunos de los comentarios que se podían leer tras la publicación en los medios de comunicación del informe de la Corte de Apelaciones acerca de la realidad de las cárceles chilenas, el cual daba cuenta de las indignas condiciones en que los internos pasan sus días (alimentos entregados en una bandeja desprovista de cubiertos, falta de alimento desde las 17.00 hrs. hasta las 9.00 del siguiente día, hacinamiento que llega a 14 personas por cada 8 metros cuadrados, parásitos y falta de servicios higiénicos) y que ya habían sido denunciadas por diversas ONG y por la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

A partir de lo acontecido, sentí la imperiosa necesidad de decir algunas palabras, principalmente porque me ocasionó un profundo dolor los comentarios de la mayoría de los lectores de esta noticia en un portal de un conocido medio de comunicación, comentarios que parecían sacados de oriente medio con lapidaciones en la plaza pública.

Quiero ser clara expresando que mi objetivo en ningún caso es defender la realización de un delito. Los internos de las cárceles se encuentran privados de libertad, probablemente, porque han cometido algún acto ilícito y porque, de esa forma, han roto la armonía de la sociedad civil vulnerando nuestras reglas de convivencia. Sin embargo, debemos comprender que la condena que cumplen es la de privación de su libertad, y no de vulneración a su dignidad de ser humano.

Al leer ésta columna, puede que muchos estén mentalmente rebatiendo estas observaciones con ideas como: “claro y si a ti te robaran”. Idea comprensible para quien ha sido víctima de un delito. No obstante, lamento decepcionarlos, la verdad, como la mayoría de los chilenos, también he sido víctima de la delincuencia y me he llenado de rabia contra quien vulnera mi intimidad y prefiere sustraer algo de otro en vez de esforzarse por obtenerlo por sí mismo, por lo que sé lo fácil que es posicionarse en esa perspectiva. Así mismo, sé que no sucede lo mismo del otro lado, a las personas nos cuesta mucho pensar en la posibilidad de ser madre de un delincuente y creer que en el futuro podría uno de nosotros tener un hijo que fue encarcelado por causa de la droga, mucho menos creer que nosotros mismos podríamos ser detenidos y privados de libertad.

Mi invitación de hoy es a no ser soberbios, la extrema condena social que leí esta tarde es, en gran medida, resultado de nuestra soberbia, resultado del “a mí nunca me va a suceder” y del “yo nunca caeré a la cárcel”. Les recuerdo, que existe el error judicial, y que, aún sin delinquir, siempre está el riesgo de ser condenado por error, simplemente por estar en el momento y lugar equivocados; ojalá que si algún día eso nos pasa nos traten como personas y no como a animales, ya que a veces hacemos todo lo contrario.

Seamos críticos, no me gustaría pensar que las mismas personas que escribieron los comentarios que motivaron esta columna lloraron a los muertos de la cárcel de San Miguel un 8 de diciembre del 2010, incendió que ya daba cuenta de esta realidad.

Si queremos hacer un cambio real en la sociedad, seamos de verdad diferentes. Apedrear al que nos hace daño, eso lo hacen todos.

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